martes, 18 de mayo de 2010

Adios, muñeca


Adiós, muñeca es una novela que empieza con la investigación de un caso criminal, que al cabo de unas cuantas páginas queda interrumpido, en suspenso o sin solución aparente, dando paso a un segundo caso criminal, vagamente relacionado con el primero. Finalmente, ambos convergen y se resuelven, y el detective, vapuleado pero triunfal, puede volver a su polvoriento despacho a intoxicarse a gusto con cigarrillos Camel y una botella de whisky. Quizá sea esa estructura de doble trama, en principio desconcertante o frustrante (¿por qué demonios empieza otra historia, con lo interesante que era ésta?), lo que le da al mundo narrativo de Chandler una densidad especial, una cualidad en el tratamiento del tiempo narrativo, de demora en el suspense, y a su detective, el escéptico Philiph Marlowe, naturalidad o verosimilitud en el deslizamiento por los diferentes estratos sociales, de las mansiones a los barrios bajos, procedimientos que alcanza su apoteosis en El largo adiós. En cuanto a ese brillante castillo de fuegos artificiales que es Adiós, muñeca, comienza con la persecución de un criminal de poca monta, ex presidiario y asesino casual en el barrio negro de Los Ángeles, que anda loco en busca de Velma, la cabaretera pelirroja, y continúa con un caso de robo de joyas a una rubia de cliché, la rubia y descocada señora del multimillonario Lewin Lockridge. Al cabo de seis muertes violentas, comprueba el lector con satisfacción que ambas tramas encajan, los dos casos son uno solo, y Marlowe se merece el regreso a su pulguera con la agridulce satisfacción del deber cumplido. Siempre he visto en Raymond Chadler un caso de depuración estilística a partir de un archivo de tentativas previas y un caso de creciente ambición expresiva en el molde de un género de quiosco. Casi todas sus novelas se construyen a partir de los numerosos relatos que había ido escribiendo en los años previos, la década de los treinta. Ese "autocanibalismo" explica el característico quiebro argumental que se observa en sus obras. Desde el principio, Chandler respetó y encomió la novela negra como una forma apropiada para comentar los tiempos que le tocó vivir, pero intentó escurrirse de sus convenciones sensacionalistas y volcar en él las ambiciones literarias que acunaba desde joven. Lo consiguió, y por eso ha tenido tantos imitadores que tristemente inventan detectives solitarios, despectivos y sentimentales, cínicos y honestos, que son a Marlowe lo que el Golem al rabino, y por lo mismo está considerado como uno de los mejores, si no el mejor, de los escritores de género negro de todos los tiempos. Adiós, muñeca, su segunda novela, es un exponente de sus mejores habilidades y logros, hasta rozar los límites de la parodia del género y de la autoparodia: desde la aparición en la primera página de Iniciativas Malloy, un gigante de raza blanca vestido de domingo, que en el barrio negro "pasaba tan desapercibido como una tarántula en un plato de nata", casi cada línea contiene un juego de palabras brillante, un chiste, una observación mordaz o un juicio cáustico, cada descripción un juego de metáforas certeras, cada diálogo es ingenioso y cada personaje está dibujado en forma breve e irónica. Eso sí, todos beben también enormes cantidades de whisky. Creo que, el relato policíaco es la expresión más temprana de la poética de la vida y la ciudad modernas. Raymond Chandler escribió como axioma para novicios esta máxima: "Cuando estás hecho un lío haz entrar a una mujer con dos tetas." El detective privado contemporáneo está muy alejado de sus antecesores colegas; van al gimnasio, llevan una dieta equilibrada, no fuman ni beben, las nuevas tecnologías les facilita el trabajo duro, pero se sienten solos, y, respecto a la máxima de Chandler, sigue siendo vigente para los escritores de hoy, y también para los detectives.

Fuente: El Tiempo Ganado

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