Raymond Chandler inventó al detective privado Philip Marlowe pero fue Philip Marlowe quien, a la larga, condujo la obra (y tal vez la vida) del escritor de novelas policiacas Raymond Chandler. Apareció por primera vez en 1934, en un cuento corto llamado Finger Man. Pero fue en The Big Sleep, publicada en 1939, que Philip Marlowe se transformó en Philip Marlowe y, a su manera, casi sin ganas, como si tuviera mil cosas más importantes que hacer, se metió al mundo en el bolsillo y lo acomodó junto a sus cigarrillos. The Big Sleep (que, btw, se supone fue la inspiración o una de las inspiraciones para The Big Lewosky) fue llevada al cine en 1946, la dirigió Howard Hawks (Scarface/To Have and Have Not/Gentlemen Prefer Blondes), la escribieron William Faulkner (otro gran novelista que usó a Hollywood para financiar el tiempo que le llevaba escribir novelas) y Leigh Brackett (The Empire Strikes Back!!!). Y Philip Marlowe se hizo carne en Humphrey Bogart. Desde entonces, Marlowe pasó de las páginas de Chandler a las pantallas chica y grande y fue interpretado, entre otros, por James Garner, Danny Glover y James Caan (Chandler dijo que el Marlowe perfecto sería Cary Grant, nunca se dio). Pero el Marlowe que hoy me ocupa y que me ha tenido horas de horas investigando sobre Marlowe es Elliott Gould (sí, el papá de Ross y Mónica en Friends), el Marlowe de The Long Goodbye (otra novela de Chandler, publicada en 1954), película de 1973 dirigida por Robert Altman. El Philip Marlowe de Elliot Gould camina como el Tom Waits de Heart of Saturday Night y fuma al ritmo de Roberto Bolaño. Su gato le salta al pecho y lo despierta. Son las tres de la madrugada, el gato tiene hambre y Marlowe, vestido de traje y corbata, lleva durmiendo veinte años. Sale de su casa, saluda a sus jóvenes y hermosas vecinas que pasan toda la película semidesnudas, rodeadas de velas, haciendo yoga y horneando special brownies, va por la comida de su gato y al regresar a casa se encuentra con un amigo que le pide, de favor, que lo lleve a Tijuana. Todo el mundo sabe que, por lo menos en las películas, los gringos van a México a meter peyote con tequila o a borrarse. Philip Marlowe es un buen tipo, (el mejor vecino que hemos tenido, dicen las chicas yoga) y confía en su amigo y, cosa rara, confía en el resto de la humanidad. Su amigo desaparece y él empieza a buscarlo y ahí también empieza una historia policial-noir-LA filmada con una cámara qué, sin propósitos filosóficos, no para de moverse ni un segundo. En el camino, nuestro private eye conoce a un escritor ebrio demasiado parecido a Hemingway, a su esposa, a una banda de gangsters y de a poco, a la fuerza, por las malas, entiende que el mundo que dejó en The Big Sleep ha cambiado para mal, para muy mal. The Horror. The Fashion. The Horror. En un principio, Altman se negó rotunda y categóricamente a dirigir The Long Goodbye, le parecía una de esas cosas que hace Hollywood para exprimir hasta la última gota sus fórmulas taquilleras. Luego supo que el guión era de Leigh Brackett, conectó y puso dos condiciones: que Elliott Gould fuera Philip Marlowe y que el estudio se comprometiera a no tocar el final de la película. Y vaya que acertó. Gould es todo y el final de esta película es el tipo de final (comparable al de Easy Rider) que le da sentido a la vida y que te deja o muy mal o muy bien. A mí, obvio, me dejó muy pero muy bien. Algo asustado, sí, pero satisfecho, recompensado y con ese feeling de que mientras Philip Marlowe ande por ahí estaremos, más o menos, protegidos. It’s OK with me, dice Marlowe, y lo dice como Dylan cuando canta It’s all good. Mentira. Nada está bien. Alguien tiene que sacar la basura.
Fuente: La Cultura B
miércoles, 19 de mayo de 2010
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Gracias por el texto. Acabo de ver la película y me he sentido igual de extraño en mi época que Marlowe en 1973.
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